Por su mirada perdida, el chico nuevo parecía
estar completamente abstraído de las explicaciones del profesor. Me
causaba una gran curiosidad imaginar en qué pensaría durante su
inacabable viaje por la nubes de todas las mañanas. José Luis había
llegado nuevo a la localidad para establecerse con su padre. Por lo que
había contado José el primer día que se plantó en nuestro colegio, ambos
vinieron desde México a causa del trabajo de su padre. Aunque llevaba
muy poco tiempo en mi clase, pude ver que era un chico muy reservado y
casi siempre bastante tímido. Por eso tal vez, mis amigos mostraban
cierto recelo a la hora de contar con él para hacer planes juntos. Solo
Fran, uno de mis compañeros, había hecho buenas migas con él desde el
primer momento pero, por lo que nos habían contado en clase, llevaba
varios días con gripe, así que de alguna forma volvía a encontrarse
solo. Pero aquella mañana, siguiendo los insistentes consejos de mi
madre, estaba decidido a hablarle. Si todo salía bien podríamos estar
todos juntos el día de los muertos.
A pesar del incesante miedo que me provocaban
los cementerios, me encantaba pasar el día con mis amigos en aquel claro
del bosque, escuchando el agua que arrastraba el pequeño riachuelo y
contando historias de miedo al atardecer, tal vez de esa forma José podría encajar al fin con los demás.
Mis ilusiones cayeron en saco roto al ver la
negativa de todos mis compañeros. No entendía la aprensión que les
causaba el pobre chico. De modo que, en forma de protesta, les dije que
pasaría con él ese día. Quizá de esa forma todos se darían cuenta de que
no tenían motivo para no llevarse bien con José.
En un primer momento, me arrepentí de mi
decisión de buen samaritano. Pero cambié de parecer cuando comprobé que
el padre de José era un apasionado de ese día. Había decorado toda su
casa de una forma terrorífica: esqueletos, disfraces, incluso
murciélagos a lo largo de una cuerda sujeta al techo.
El plato fuerte se encontraba detrás de una
enorme puerta de madera. Su padre dijo que era la habitación más
espeluznante de toda la casa y me invitó a pasar. Estaba aterrorizado.
Mis manos agarraron el pomo, trémulas. Pensando en que me encontraría
detrás de aquella puerta estuve a punto de echarme atrás; sin embargo me
resistí a mi instinto. Al asomarme por la rendija vi que solo había un
manto de oscuridad. Me adentré en la negrura haciendo gala de la poca
valentía que me caracterizaba. Al entrar, un golpe me sobresaltó. Habían
cerrado la puerta desde fuera y me vi solo, rodeado de oscuridad.
Grite, pero nadie respondió. Tras unos segundos una pequeña luz iluminó
ligeramente la habitación. No había nada a mi alrededor exceptuando unas
mantas viejas y algo de ropa. Era una simple habitación con cuatro
paredes pintadas de negro. Ni tan siquiera había ventanas. Fui directo a
la puerta, golpeándola con todo mi ímpetu. Soltando alaridos que ni
José, ni su padre respondían. Cuando presté más atención a aquella
habitación reconocí la sudadera de Fran en el suelo. Mis ojos se
anegaron en lágrimas cuando vi las marcas de arañazos en los cuarterones
de la puerta.