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domingo, 12 de noviembre de 2017

La puerta

     Por su mirada perdida, el chico nuevo parecía estar completamente abstraído de las explicaciones del profesor. Me causaba una gran curiosidad imaginar en qué pensaría durante su inacabable viaje por la nubes de todas las mañanas. José Luis había llegado nuevo a la localidad para establecerse con su padre. Por lo que había contado José el primer día que se plantó en nuestro colegio, ambos vinieron desde México a causa del trabajo de su padre. Aunque llevaba muy poco tiempo en mi clase, pude ver que era un chico muy reservado y casi siempre bastante tímido. Por eso tal vez, mis amigos mostraban cierto recelo a la hora de contar con él para hacer planes juntos. Solo Fran, uno de mis compañeros, había hecho buenas migas con él desde el primer momento pero, por lo que nos habían contado en clase, llevaba varios días con gripe, así que de alguna forma volvía a encontrarse solo. Pero aquella mañana, siguiendo los insistentes consejos de mi madre, estaba decidido a hablarle. Si todo salía bien podríamos estar todos juntos el día de los muertos.
     A pesar del incesante miedo que me provocaban los cementerios, me encantaba pasar el día con mis amigos en aquel claro del bosque, escuchando el agua que arrastraba el pequeño riachuelo y contando historias de miedo al atardecer, tal vez  de esa forma José podría encajar al fin con los demás.
     Mis ilusiones cayeron en saco roto al ver la negativa de todos mis compañeros. No entendía la aprensión que les causaba el pobre chico. De modo que, en forma de protesta, les dije que pasaría con él ese día. Quizá de esa forma todos se darían cuenta de que no tenían motivo para no llevarse bien con José.
     En un primer momento, me arrepentí de mi decisión de buen samaritano. Pero cambié de parecer cuando comprobé que el padre de José era un apasionado de ese día. Había decorado toda su casa de una forma terrorífica: esqueletos, disfraces, incluso murciélagos a lo largo de una cuerda sujeta al techo.
    El plato fuerte se encontraba detrás de una enorme puerta de madera. Su padre dijo que era la habitación más espeluznante de toda la casa y me invitó a pasar. Estaba aterrorizado. Mis manos agarraron el pomo, trémulas. Pensando en que me encontraría detrás de aquella puerta estuve a punto de echarme atrás; sin embargo me resistí a mi instinto. Al asomarme por la rendija vi que solo había un manto de oscuridad. Me adentré en la negrura haciendo gala de la poca valentía que me caracterizaba. Al entrar, un golpe me sobresaltó. Habían cerrado la puerta desde fuera y me vi solo, rodeado de oscuridad. Grite, pero nadie respondió. Tras unos segundos una pequeña luz iluminó ligeramente la habitación. No había nada a mi alrededor exceptuando unas mantas viejas y algo de ropa. Era una simple habitación con cuatro paredes pintadas de negro. Ni tan siquiera había ventanas. Fui directo a la puerta, golpeándola con todo mi ímpetu. Soltando alaridos que ni José, ni su padre respondían. Cuando presté más atención a aquella habitación reconocí la sudadera de Fran en el suelo. Mis ojos se anegaron en lágrimas cuando vi las marcas de arañazos en los cuarterones de la puerta.

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